Mi infancia me trae varios recuerdos, de los buenos y de los otros, aunque hoy prefiero comentar acerca de aquellas ocasiones en donde no me và desfigurado psicológicamente por un producto diabólico. Un grato recuerdo, por ejemplo, era cuando no habÃa dilapidado todas mis neuronas a causa del consumo de estupefacientes y tenÃa un futuro brillante por delante. Otro, son los cumpleaños.
Los cumpleaños en la infancia tenÃan una magia especial: mis progenitores me tiraban en dicha celebración y tenÃan unas tres horitas de libertad en las cuales podÃan hacer lo que se les cantaba las bolas. Jugar a los bolos, construir un refugio para pájaros, que sé yo. Lo que fuera que hacen dos adultos cuando están solos.
En su lugar, me endilgaban a mÃ, un guacho de mierda, al cuidado de otros padres, que tenÃan que contener a esa horda de botijas con los mocos colgados y las comisuras de los labios sucias de coca-cola (o algún sÃmil) y torta. Por lo general habÃa una plétora de diversiones para los niños; que iban desde aquel triste payaso que uno lo veÃa fumándose un pucho y tomándose un whisky que pudo manotear. O los «castillos» inflables, con los «técnicos» fumándose un pucho y tomándose un whisky que pudieron manotear. O la canchita de fóbal cinco con un cuidacanchas fumándose un pucho y tomándose un whisky que pudo manotear.
Sin embargo, el momento cúlmine de las fiestas era probablemente la piñata. En mis cumpleaños en la adolescencia o joven adultez he visto varias piñatas en los cumpleaños, pero no tenÃan la misma diversión que la vieja piñata; mayormente porque significaba que iba a haber dientes en el suelo y lamparones de sangre.
La piñata era, por lo general algún personaje de dibujitos de moda cubriendo a una bolsa de supermercado que a su vez contenÃa kilos de papel picado y algún que otro caramelo. El preámbulo era la destrucción de la piñata, con un palo de escoba y a darle de bomba. Siempre estaba el desubicado que revoleaba el palo y daba con el mismo en la mandÃbula de algún gurà incauto, a los gritos de los padres/payasos/técnicos del «castillo» de «Hagan lugar! No revolees tanto el palo! Cuidado con el nono que tiene esteoporosi’!».Eventualmente, cuando todos los perversos polimorfos le dieron de bomba al cartón y este no sufrió ningún rasguño; algún primo más grande o tÃo borracho se arrimaba para hacer alarde de su fuerza y le daba guasca un rato más. Igual no lograba romperla y se excusaba con un «No la rompà porque no tiene gracia». Andá enclenque tomátelas.
A las cansadas caÃa un adulto responsable y decÃa «Bueno que se rompe eh!» y le metÃa los dátiles a la bolsa. Erámos chicos pero no pelotudos; nos dábamos cuenta que eramos unos alfeñiques y que precisábamos a una persona que midiera más de un metro para liberar el contenido. Y ahà comenzaba la hecatombe, la adebacle total; una seguidilla de hechos bochornosos que involucraba al cumpleañeros, a los invitados, al tÃo borracho, a los padres del cumpleañeros, a los payasos, a los técnicos del castillo, al abuelo con osteoporosis y a la abuela con demencia senil. Las trompadas volaban en una verdadera batalla campal para conseguir por lo menos un chicle.
Al final, todo era un desorden de papel picado, guachos llorando proque no consiguieron nada, dientes y lamparones de sangre. Bue, al final las piñatas de la infancia no eran tan diferentes a las de la adolescencia.
Atte.
(el) Mansa
La Verdá De La Milanga se actualiza (casi) todos los jueves con columnas delirantes que generan alegrÃa a grandes, chicos y abuelos con osteoporosi’. SeguÃnos en Facebook o en Twitter.
Podés ver las guarangadas nuevas de DiosNosLibre.com todos los lunes y jueves, o disfrutar con nuestras publicaciones anteriores acá, acá y acá.