Lunes de Ktarsis: Restaurantes

 

Érase una vez comer sin tener que comprar alimentos, cocinarlos y lavar todo al terminar…  simplemente con tener dinero en la billetera y el mismo tipo de predisposición suicida requerida para jugar a la ruleta rusa.

 

Con la ruleta rusa al menos hay 5/6 chances de zafar.

Lo cierto es que cuando gastamos nuestro dinero en restaurantes, nos impulsan motivos diversos. A veces vamos porque nos apetece una comida que no sabemos o no podemos preparar en ese momento, otras veces porque tienen un ambiente agradable y nos ofrecen esparcimiento, también está la escasez de tiempo, la gula y obviamente, la falta de ganas inapelable para limpiar todo cuando se termina de comer.

Hacer panchos con arroz a veces no es tan fácil como parece.

Sea por la razón que sea, la única manera de asegurarnos que estamos en un establecimiento digno de nuestra confianza es completar las siguientes etapas…

Paso 1:  Conozca su restaurante.
No importa si se trata de hamburguesas de rata o Lingüini Sobrevaluatti, el lugar al que vamos a depositar toda nuestra confianza tiene que cumplir una serie de estándares generales.
-¿Queda cerca?
-¿Tiene precios acorde a lo que promete?
-¿Se llena de gente pelotuda?
-¿El servicio es lento?
-¿Se llena de gente pelotuda? (si, lo pregunto dos veces porque los llena huevos son doblemente molestos cuando comparten el mismo espacio que nosotros durante un lapso superior a los cinco minutos).

"¡Esta es la última vez que voy a un restaurant lleno de ninjas!"

Paso 2: Conozca la comida.
Aspecto fundamental y bastante obvio, uno no va a los restaurantes a admirar la decoración. Cada local tiene sus propias especialidades y puntos débiles. A veces se descubren por ensayo y error, las consecuencias variando entre quedarse con hambre con porciones mezquinas o irse por el caño porque te sirvieron algo que estaba en el congelador antes de que inventaran la tecnología de microondas que lo recalentó.

"Consumir preferiblemente antes de que esto vuelva a estar de moda"

En la mayoría de los casos,  es mejor quedarnos siempre con una o dos opciones por local y pedirlas siempre. Esto nos ayuda con los mozos y mozas, y nos brinda seguridad siempre y cuando no cambien de cocinero. Lo cual me lleva al siguiente punto…

Paso 3: Conozca al personal.
Ya elegiste el local, conocés el menú lo bastante bien para evitar los plato revienta tripas (o revienta billeteras, según lo que estés priorizando), pero ahora tenés que lidiar con la persona que se va asegurar de que la comida llegue a tu mesa sin escupitajos y antes de que te comas a tu acompañante a causa del hambre.

Es terrible cuando te comés todos los pancitos y seguís con hambre.

Sin importar si son personas amargadas, simpáticas o con menos capacidad neuronal que un axolote disecado, siempre es bueno tenerlos de tu parte para que te informen sobre que cosas nunca deberían meterse en tu boca (del menú, para lo demás están tus padres hasta que cumplís tres años y tu sentido común mientras no estés en pedo).

Paso 4: Evite los baños.
Sin duda que cuando la naturaleza llama lo mejor es poder alivarnos de inmediato y seguir con nuestro día. Pero justamente esa misma naturaleza es un obstáculo cuando en el baño existe todo un ecosistema hongo-bacteriano cuya destrucción solo puede lograrse resucitando a Pasteur y dándole un lanzallamas. Si estás en un local prolijo o más bien lujoso, supongo que el problema será no confundirlo con una sala VIP y hacer lo nuestro en un cenicero caro, o aun peor, sentarnos en un inodoro de lujo a fumarnos un puro y leer la sección financiera del diario.

Cualquiera puede confundirse...

Paso 5: Pague y váyase que alguien más quiere usar la mesa.
Por último, tenemos que saber entender que salir a comer es un acuerdo tácito entre nosotros y el local de que ellos nos van a dar comida a cambio de dinero y eventualmente nos vamos a ir a la mierda. Por lo que, una vez que terminamos de comer y pagamos la cuenta, nada nos debería retener demasiado tiempo.

Si te vas sin pagar, nada te debería entretener en lo absoluto.

Si el local está repleto, nos van a hacer sentir la importancia de que nos vayamos rápido de muchas maneras, sutiles, como para no hacernos sentir mal. La comida va a venir fría, mal hecha o nos van a encajar algo totalmente distinto a lo que pedimos, no van a haber servilletas, los vasos van a estar mal lavados y la cuenta va a llegar cinco veces más rápido que cualquier otra cosa que hayamos pedido que nos traigan. Esto también se aplica si están cerca de la hora de cierre.

Con todo, comer afuera sigue siendo uno de los grandes pequeños placeres del día a día. O lo sería en mi caso, si no fuera porque me tienen prohibida la entrada a mi restaurante favorito desde que cagué en un cenicero.

El hecho de que me guste ir al baño desnudo no debe haber ayudado...

 

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