LA TRISTE, TRISTE HISTORIA DE UN CHICO QUE QUERÍA UN CONTADOR
PARTE 1
por Anatisog
Cuando cumplí la mayoría de edad, mis padres me dieron una serie de consejos para sobrellevar la vida de adulto en este bandito y generoso país. Me dijeron, entre tantas cosas, que del 31 de diciembre al 1 de marzo, el uruguayo entra en un modo ‘stand-by' y cualquier intento de sacarlo de su modorra iba a ser respondido con gruñidos y caras de orto. También me dijeron que si algún día tenía que hacer un trámite en una oficina pública, que mandara a alguien mas. Que no lo iba a aguantar.
Luego de que mi familia adquiriera un inmueble para no correr el riesgo de dejar los dinerillos tirados en algún banco y que el Peirano de turno se los birlara y los dejara en el Caribe; empezaba la sucesión de trámites engorrosos para asegurar la correcta provisión de servicios. Luz, agua, teléfono, ADSL para bajar pornografía. Lo usual.
La luz y el teléfono no eran problema, ya había en dicho inmueble. Pero el agua era otro tema, el inmueble no contaba con un contador y había que dirigirse a las Obras Sanitarias del Estado para pedir uno. Allá por el ya lejano mes de diciembre me dirigí hacia el edificio central de la OSE. Era un día de calor, de esos en que extrañamente todos los caballos de los carritos tienen la genial idea de tener diarrea y dejar la ciudad hecha una cloaca. He de admitir que a la hora de tomar ómnibus soy un queso, y siempre me tomo el que me deja más lejos. Debido a esta increíble habilidad mía, nunca uso el transporte colectivo y camino, así que esta vez no me importó quedarme a siete cuadras, las caminé. Al llegar a la OSE veo impedida mi entrada.
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Cuarteles generales de las Obras Sanitarias del Estado. También conocido como “La roca”.
El estómago se me hizo un nudo, y en seguida me vinieron a la mente las palabras de mis padres: “Las oficinas públicas son una dimensión alternativa”. Vaya si lo son. La explanada del lugar estaba desierta, salvo por un cuidacoches que parecía más interesado en su botellita de vino que en otra cosa.
“¡Valor! ¿No sabés qué pasa qué está cerrado esto?”
“Cierra a las cuatro”
Concha, eran las cuatro y cinco. Bueno, pero me sentí aliviado, si eran tan eficientes para cerrar sus puertas, quizá fuera fácil hacer el trámite. Me volví a mi casa con la cabeza gacha, pensando que en al vida como el fútbol da rev… ah, no; canción equivocada.
Esa noche me mentalicé, puse los despertadores para que sonaran temprano, elegí mi mejor ropa y practiqué mi discurso:
“¡Hola! Vengo a pedir un contador de agua”
Practiqué y practiqué, no fuera a ser que la cagara al momento de la verdad. Me puse mis pijamas de “Grande Pa” y me fui a dormir.
El horrible despertador de mi celular sonó a las diez de la mañana, y yo me levanté a las doce, como debe ser. Tomé un desayuno de campeones (por esto se entiende, claro está, un Brascafé calentado en el microondas, un cacho de pan viejo y un cigarrillo), me vestí y me fui a tomar el ómnibus. Esta vez arreglé un cacho el tema y me dejó solo a cinco cuadras.
Al llegar a la OSE, entré al edificio con todas las ganas. De seguro que si hubiera banda sonora sonaría ‘Eye of the tiger'. De cualquier manera mi entrada triunfal se vió truncada porque me tropecé. Me cago en la mierda.
Quién no haya entrado nunca a ese edificio, le relato mas o menos como es. Primero, está el busto de artigas con la ñata más grande que ví en mi vida, en serio, la cosa es descomunal. Este busto del padre de la patria vigila las hileras de asientos para la gente que espera sentada. Hay sendas pantallas que cada tanto emiten un horrible y agudo sonido indicando que uno de los pacientes puede pasar a las oficinas. Coronando la sala de esperas hay un inmenso mostrador. Esa sala de entrada es descomunal (o no, pero a esa altura cada vez me sentía mas empequeñecido) y se ven pasillos en un segundo piso para todos lados, con gente pasando y mirando a los que esperaban bajo la atenta mirada de José Gervasio.
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No sé hacer planos,¿y? ¿cuál es? 1- Busto del general 2- Nariz del busto 3- Sillas de espera 4- Braulio, el simpático guardia 5- El mostrador del pelado 6- Monitores
Me sentí mareado, desorientado; había unos andamios mal puestos que señalaban una sala de exposiciones pero no veía obras de arte por ningún lado. Sonó uno de los monitores. Si no vomité es porque no tenía que vomitar.
Pasado el primer impacto me senté en la silla mas cercana a la puerta. Entonces sentí una voz a mis espaldas.
“Para sacar número tiene que dirigirse al mostrador”
“No… eh, si… estoy… atándome los cordones”
Tenía puestas unas alpargatas, pero el gorila de seguridad que me hablaba no pareció percatarse. Tenía una chapita colgando del pecho: “Braulio Torres, seguridad. OSE”. Me paré y fui al mostrador, detrás del mismo, había un pelado. Ahora, no es que yo sea anti-calvista, o discrimine a los folículo-lisiados, pero los pelados me dan miedito. Una persona que expone ese cacho de piel al sol sin vergüenza, no me inspira confianza.
“¿Si? ¿En que puedo ayudarleeeeee?”
Juro que estiró la ‘e'
“Ehh…. yo… preciso…. ehhh… contador…. de OSE…. agua…”
Sacó un papelito de una maquinita y me lo dio. ‘Nuevo incauto, número 17'.
“Eh, ¿por qué dice nuevo incauto acá?”
“No, dice “Nuevo servicio”
“Ah”
Efectivamente, decía “Nuevo servicio”.
“Sentate por ahí que ya te llaman por el monitor”
“¿Y adonde tengo que ir después?”
“El monitor te dice”
“¿El monitor habla?”
No me contestó. Una gorda ocupó mi lugar en el mostrador, apartándome bruscamente. No se si fue el volumen de sus asentaderas o el olor a torta pascualina de bar que emitía que me apartaron del mostrador.
Me senté lo más lejos del mostrador posible, pero seguía viendo al pelado. Número 17. Sonó el horrible pitido y en las pantallas apareció ‘Nuevo servicio, número 11'. Mierda, faltaba demasiado. Se me estaba pelando la piel del sol, así que no tuve mejor idea que sacarme los cachos de piel y tirarlos en el suelo. Costumbre asquerosa, si, lo sé, pero quien no haya tirado en alguna oficina pública restos de tejido muerto no sabe lo que se pierde. Cuando ya no me quedaba piel por sacar, miré el monitor, pero seguía en el 11.
Salí a fumar. Ni bien prendo el pucho, el pitido de nuevo. Lo dejó arriba de un murito y vuelvo al hall a mirar el monitor. ‘Morosos, número 76'. Braulio me estaba mirando mal, así que volví a fumar. Cuando iba por la mitad del cigarrillo, otra vez, el pitido. Ni me molesté, faltaba demasiado. Pero nadie se movía. Pasó un minuto y ví que los otros que estaban esperando miraban nerviosos a su alrededor. El pitido de nuevo. Por las dudas dejé el pucho y fui a mirar.
“Nuevo servicio. Número 17. Cubículo 101”
Otro de los consejos de mis padres. “En una oficina pública, no existe tal cosa como un orden natural de los números”. Debí haberme percatado antes, debí de haber sabido que fumar me iba a traer esas consecuencias, debí saber que la respuesta a la dos en aquel examen que perdí era la b no la c. En fin.
No sabía a donde ir, así que le pregunté a Braulio donde quedaba el cubículo 101. Me señaló con la cabeza un cartel.
‘Cubículos 101 a 106'
Me dirigí hacia allí, sin saber que me iba a deparar el destino.
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